Grabado de Xaro Bonilla |
La joven Europa había llegado a una
exposición de grabados de arte contemporáneo, por recomendación de una amiga,
las obras le interesaron enseguida, una especialmente le llamó la atención, se
llamaba “Diálogos” y era de Xaro Bonilla, una artista de la Safor.
La obra le gustó de inmediato y
se detuvo observándola, intentando entender el mensaje del artista. Sin saber cómo
o por desvío profesional, comenzó a meditar sobre las implicaciones que podía
tener en su visión personal del arte. Entró en un breve pero fecundo “trance
interpretativo”.
Se desprendía una especie de
proceso de fusión creativa, había una energía positiva, matizada con un toque
de exotismo y un aire de fiesta general. Para ella era todo un encuentro con
África. Puede que fuera por la técnica de grabado en semitinta, a la manera
negra, o por los rasgos mismos del personaje central, o por el propio diseño
que le recordaba el arte “naif”. El conjunto le pareció encantador lejos de
toda sofisticación o clasicismo.
Le gustaba este grabado porque
también le recordaba los inicios del arte en la Prehistoria. Le
parecía interesante la relación entre el arte actual y el arte rupestre, o de
este con el arte primitivo de otros continentes, como el de los aborígenes
australianos. Le fascinaba el arte rupestre porque con poco expresaba lo
esencial de la vida.
Europa era profesora de artes
plásticas y años atrás había investigado
llegando a la conclusión que en los tiempos prehistóricos estaba todo por hacer
e inventar, el arte era la vida misma en toda su amplitud. Su propio nombre no
existía como tampoco existe en gran
parte de las sociedades tradicionales actuales. Estaba segura que no surgía de
la nada y que estaba relacionado con el mundo circundante. Eran esos tiempos
difíciles para la vida, donde gran parte de las actividades estaban
relacionadas con la lucha por la supervivencia pero esos hombres habían restado
parte de su tiempo y energía en preocupaciones sagradas, mágicas y mitológicas
y quizá también creativas, estéticas y narrativas.
Qué difícil era interpretar el
arte rupestre privado de un contexto vivencial, cultural y religioso donde se
creaba. De compararlo y entenderlo, como hacemos nosotros con el arte en
general. Se debía buscar su origen en otro lugar. Recordó lo que decía su amigo Pablo, que también
era arqueólogo : “… para los prehistóricos la cosa era más fácil de lo que parecía pues no
diferenciaban tanto los conceptos como lo hacemos nosotros”. Le gustaba su
punto de vista porque era innovador y diferente al suyo. Su hipótesis era que
el arte tenía su origen en actividades relacionadas con la creación de
herramientas de piedras.
Al principio de la humanidad,
cuando los hombres creaban los primeros útiles en piedras talladas, como los
bifaces, buscaban a veces algo más aparte de su funcionalidad, agregaban o
sobreañadían otra intención al objeto, de tipo estético u otro cuyo sentido se
nos escapa. Este es el punto clave. El resultado se manifestó en la geometría
de la pieza o en la elección de ciertas piedras con colores bonitos o
características especiales.
Esta importante idea sedujo a
Europa. Cuándo los artistas prehistóricos comenzaron a pintar, grabar y
esculpir en las paredes y techos de las cuevas y abrigos, o en pequeños objetos
como en piedras, huesos o marfiles, ya tenían un cierto sentido artístico y
técnico y pudieron llegar a un alto
grado de realismo y perfección: el ejemplo lo encontraba en las pinturas y
grabados de las cuevas de Altamira o de Lascaux y Chauvet en Francia.
Europa, satisfecha por el viaje
recorrido, continuó la visita y al acabar de observar el conjunto, salió de la
cueva, ups perdón, de la exposición, alegre para el resto del día, totalmente
en armonía con sus orígenes.
Gonzalo Ortega
Taller de creación Literaria
Visita a la exposición "Cinco tórculos"
Sala Coll Alas
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